lunes, 28 de diciembre de 2015

Santa Claus conquista a los marcianos.



Estados Unidos tiene una especie de tradición magnífica en cuanto a la Navidad, y es que, al contrario que aquí, donde las televisiones se empeñan en que sus empleados se pongan a cantar y a hacer el gilipollas de mil maneras diferentes, allí hacen verdaderos especiales con títulos tan magníficos como “Ozzy Osbourne se come la cabeza del murciélago de la Navidad”, “Las Navidades sobrias de Amy Whinehouse”, etc. No, en serio, me gustan esos especiales en los que un tipo con la cara más estirada que el culo de Jennifer López invita a multitud de cantantes a su casa ficticia para que canten sus villancicos preferidos; tiene algo tan rancio y repugnante que llega a atraerme. Al mismo tiempo que estos shows hogareños, en la televisión se emiten películas entrañables -nuevamente, no como aquí, que desde que dejaron de emitir películas religiosas ya sólo hechan películas de Disney vistas mil veces o en 3D pero de las del chino, con lo que no se sabe qué es peor- que cuentan la historia de lo que interesa: Santa Claus, que es el empleado de la Coca-Cola que me va a traer los regalos, se mete en un lío. Y ésta, precisamente, es una de esas “entrañables” películas… o casi, porque la perversidad de la misma podría compararse al personaje de Santa Clavos de Pesadilla antes de Navidad o al Santa Claus robótico de Futurama.

Haciendo una excepción poco habitual en mis criticas voy a obviar el 90% de las palabras que suelo dedicar a la parte técnica y artistica de las películas porque ésta en concreto tienen más bien nulo interés.

El guión, como cualquiera se puede imaginar, es básicamente el de una película para niños, pero con cierta perversidad adúltera, digo adulta de la que habría que alejar a cualquier niño de la época… y digo de la época porque ahora juegan a los médicos a los 3 años, los jodíos, que hay que tener diez ojos para controlarlos.

Durante toda la película se enlazan las historias a través del canal “N-I-Ñ-O“, originalidad al poder en el nombre. Pero ésto es lo de menos, lo de más son ciertos comentarios de los reporteros que aparecen, tales como: “Desde aquí -el Polo Norte- sólo se puede ir hacia una dirección: hacia el Sur. Desde que llegamos aquí sólo podemos comer comida congelada“. ¡Los dioses del humor! Chistes como éstos se repiten a lo largo de la película.

El resto de los diálogos de la película, como cualquiera imaginará, no se quedan atrás. Por ejemplo, la última frase que pronuncia Kimar (Leonard Hicks) y que lo resume todo es la que sigue: “Gracias, Santa Claus, por traer la felicidad a todos los niños de Marte y el espíritu de la Navidad a todos nosotros“. A lo que cualquier bienpensante debería responder algo como “Y por dejar que se acabe la película de una vez.”

Y, como no podía ser menos, existen varias menciones a los super-mega-avanzados sistemas marcianos, tales como el generador endográfico y las señales del espacio, componentes, ambos, de la nave marciana y que vienen a ser bombillas de colores, válvulas y conmutadores de lo más común.
Lejos de los diálogos hay varias cosas muy destacables:

Como en cualquier pseudopelícula de pseudociencia-ficción de los 50-60 que se precie, cuando aparece una nave extraterrestre hay que mandar al ejército para que la destruya y luego pregunte, pero no a cualquier ejército, no, hay que comprar imágenes de archivo e intercalarlas en la película aunque no tenga nada que ver una cosa con la otra. Digo yo que podrían esperar a ver qué quieren, que igual nos traen la cura contra el cáncer, pero no: Marciano igual a Malo, Marciano igual a Enemigo, ¡coño, que parece el KKK pero con los verdes! ¡Que se preparen los de Greenpeace!
El Santa Claus (John Call) de esta película es el mismito de los anuncios de Coca-Cola de la época, lo que dice mucho de lo que hace la publicidad en las cabezas de la gente. Pero es que, además, yo no sé qué le habría puesto alguno de esos niños pervertidos en las tradicionales galletas o en el vaso de leche porque alguien que está siempre tan contento es más que sospechoso. Ya dicen los psiquiatras que tanta alegría sólo puede esconder un profundo sentido pesimista de la vida… Pero es que, además, los malos de la película son más tontos que los de Solo en casa, que ya es decir…

Obviamente -a ésto ya estamos más que acostumbrados-, los marcianos hablan en perfecto inglés.
Y, por último, hay un par de cosas que no cuadran en el taller que le montan los marcianos a Santa Claus. La primera es que la máquina que hace los regalos para los niños tiene como 200 botones, pero el dispensador de los regalos sólo tiene 6 salidas: pelotas, bates de béisbol, muñecas, trenes, coches y herramientas… vamos, que no sé para qué diablos están los otros 194 botones, porque da lo mismo. Y la otra cosa que no cuadra -como si algo cuadrase aqui- es cuando los marcianos malos sabotean las máquinas del taller de Santa y éste manda a uno de los niños a por pintura roja para arreglarlo… ¡Así que no tiréis los aparatos eléctricos, pedid un bote de pintura en vuestra tienda habitual y todo volverá a funcionar!

Pero el puntazo de la película deviene del aspecto visual de la misma; es tan sumamente absurda que merece no uno, sino dos especiales Bricomanía. Aunque, antes de ponernos el traje de bricoladores, comentaré algunas de las mágicas cosas que suceden.
Los efectos especiales son nulos excepto por la escena de desaparición del anciano Chochem (Carl Don), que consiste en el típico Ahora estoy – ahora le prendo fuego a un puñado de pólvora para que salga mucho humo – y, ¡oh!, he desaparecido.

La nave marciana es la maqueta de un satélite salchichero que bien podría haber creado Bubu con las migas de los panes robados a los alegres campistas del Parque Yellowstone dándole después una capa de pintura plateada. Y el interior, como he dicho, tendrá los nombres que quiera, pero es un conjunto de botoncicos y válvulas mal puestas.

Lo del oso polar no tiene nombre. Una cosa es que alguien se ponga un disfraz y haga el tonto, pero que lo haga con gracia, por Dios, que si ya queda mal ver a alguien disfrazado de oso polar, queda peor ver cómo está de rodillas, que debe de ser el primer oso polar que veo andar de rodillas…
Cuando vi las armas pensé en que eran un secador de mano pintado o una cámara de Super-8 con añadidos, pero no, eran juguetes reales que se vendían en la época antes de la película.

Y, claro, entre tanto despropósito, no es que pueda resaltar mucho el hecho de la calidad de los decorados -porque todas las localizaciones son decorados de estudio- que dan lugar a cosas tan absurdas como que los niños permanezcan con una “rebequita” en lo que se supone que es el Polo Norte…

Las películas para niños es lo que tienen: que los adultos se piensan que los niños son tontos y de tontos no tienen un pelo. Entonces me pregunto ¿por qué a los niños les gustan estas películas? Pues está claro: porque a cualquier niño le gusta ver como una panda de adultos hace el idiota… Visto desde esa perspectiva, bueno, puede tener su gracia. Así que si tienes un rato esta navidades te la recomiendo para pasar el rato.

https://mega.nz/#!95FzHCLZ!N9JNAI2cQR9q4hoY5EaQT38pyOrQADs6R99lDCHPjHw

No hay comentarios:

Publicar un comentario